Saturday, May 06, 2017
EL HUMOR DE PEPE PELAYO - La República Federal Suiza: Una exacta, pero también insulsa experiencia
Mi viaje a este pequeño país centro europeo me ayudó a darme cuenta de que
su perfección es tal, que tiene un par de defectos.
Llegué a Zurich interesado en conocer la ciudad más cara del mundo, según
una encuesta reciente. Me dispuse a salir del hotel para conocer el país de los
relojes, los chocolates, las navajas, los quesos y los neutrones (por su
neutralidad, digo).
La llamada República Federal Suiza, o mejor como se conoce hace un tiempo:
República Federer Suiza.
Lo primero que vi fueron las casas que merodeaban, perdón, que me rodeaban.
Casas hechas de cantos, porque en Suiza abundan mucho los cantones y no me
desencantaron, lo confieso. Casas donde viven los suizos, gentilicio éste que
debe venir del francés “jes suis”, por su fama de individualistas quizás; o
podría decir, ahí viven los suicidas, gentilicio mortal, como el del inmortal
Guillermo Tell, el que inventó el Tell-éfono (no fue Graham Bell, éste creó
Bell-south creo, y eso tiende a confundir).
Después recorrí Zurich y pude hablar con algunos ¿zurichianos, o
zurichianenses? No sé. Pero como soy tan latino, prefiero tutear a la ciudad y
decirle Turich en vez de Zurich. Así que los habitantes serían turichtas como
yo.
Bueno, mi recorrido duró poco. Era real lo de país costoso, a pesar de no
tener costas. Por ejemplo, los relojes. Son tan caros, pero tan caros, que creo
que allí se inventó la frase time is money.
Aquí el transporte público es perfecto. Existen pantallas electrónicas en
cada parada, las cuales te indican cuántos minutos faltan para que llegue tu
tranvía o bus. Es de una exactitud que impresiona. Por momentos llegué a
imaginarme que vería un lumínico avisándome que a las 8 p.m. me tocaba la
meformina. De verdad, todo está planificado, normado, funcionando como máquina.
Por ejemplo, quise tomar una máquina en forma de bus, el cual estaba
estacionado en la parada desde donde partía su recorrido, y faltaba un minuto
para que saliera. Llegué a la puerta vi gente adentro sentada que me miraba
impasible, y vi al chofer con la misma expresión de Buster Keaton mirándome.
Les hice señas a todos ellos con gestos y sonrisas para que me abrieran la
puerta, pero no se abrió. Entonces pasó el minuto y el bus partió, dejándome
con cinco palmos de narices y boquiabierto.
Después de achicar la nariz y cerrar la boca, vi cómo subía la gente al
próximo bus apretando un botón en la puerta –y que yo no había visto antes-,
entendí el concepto. Por encima de todo, los suizos están conscientes de que lo
más importante es que funcione el sistema, la perfección del modelo, aunque
ignorantes humanos como yo queden fuera del sistema.
Más tarde me puse a averiguar y me enteré de otras normas de convivencia
del perfecto sistema. Por ejemplo, en un edificio de apartamentos no se puede
descargar el inodoro después de las diez de la noche. ¿Qué se hace entonces si
a la una de la mañana a uno le da colitis? Supongo que los baños están construido
con forma de cajas fuertes y con paredes aislantes.
¿Cultura diferente? Sí. Por ejemplo, no hace mucho hicieron una especie de
plebiscito, preguntando si querían pasar de 20 días de vacaciones al año, como
dice la ley actual, a 30 días. ¡Y el pueblo votó que no! ¡Votó que quería
trabajar esos días y no perderlos en “vacacioncitas”!
Y hablando de ganar plata: aquí, muchos extranjeros mafiosos, dictadores,
criminales, narcos y creadores de programas televisivos de farándula, depositan
sus riquezas en este paraíso fiscal, porque conocen la neutralidad de los
inocentes banqueros suizos.
Lo siento, pero prefiero un poco de imperfección. Me atrae más una ciudad
donde las palomas defecan sobre los viejos sentados en bancos, donde se demoran
un poquito los buses, donde un perro le ladra a un motociclista, donde un
desconocido, en el kiosko del diario, te comenta que un vecino suyo tuvo
diarreas de madrugada. Es decir, una ciudad más barata, traviesa y chapucera,
aunque a cada rato tengamos que llamar a la Cruz Roja para salvarla. La cruz de la bandera suiza,
precisamente.