Saturday, March 09, 2013
"Carlos Alberto Villegas Uribe - La resignación sonríe; la libertad ríe" Crónica de José Nodier Solórzano Castaño
Abordar la vida de una persona no puede desligarse del
lugar donde nació y creció, porque más allá de la voluntad individual somos
producto de la cultura. Somos hijos de un cristianismo como el católico que
heredamos de los españoles, de los crímenes de la Santa Inquisición del
Medioevo, de su moral tenebrosa, pero también de su infinita bondad y
conmiseración franciscana. Somos herederos de una tradición de solemnidad y melodrama
que sonríe sigilosa, que ningunea y castiga el abierto desparpajo de la risa.
Conozco, y eso me maravilla, a un ser humano que rompe
paradigmas y crea alternativas culturales. De joven, mientras su risa crecía
por todos los ámbitos, se dejó seducir por la poesía de Baudilio Montoya, a
quien recitaba como si el poeta fuera, como lo es, el Homero de nuestra tierra,
de Calarcá.
Cuando conocí a Carlos Alberto Villegas Uribe, Calarcá
era un lugar hermoso para vivir, y el colegio Robledo, orientado por Bernardo
Ruiz y luego por Elmer Marín, era el escenario de refriegas estudiantiles que
resplandecían como un coletazo en provincia de Mayo del 68 en París o de las
disputas ideológicas en las universidades de Bogotá. El Quindío, con su
monocultivo del café, que era también campo del monocultivo conceptual, cerrado
y trancado por dentro, poco vivió esa experiencia vivificante que cimbraba las
estructuras de poder de un país, como Colombia, godo y retrógrado.
Estudió en la universidad del Quindío, ayudó a fundar
la universidad a Distancia, esa añagaza populista de Belisario, luego estuvo en
Bogotá, en el Icfes, en la universidad Javeriana, pasó por la alcaldía de
Bogotá, pero siempre a contrapelo, como debe actuar un intelectual, de los
poderes abusivos de los políticos, de los banqueros y los sacerdotes.
Después inventó en Calarcá un programa cultural
llamado Café Converso; y mientras dibujaba con inusitada pericia caricaturas,
grababa imágenes, escribía bellos poemas o estudiaba mitología griega, fue
director de Cultura en el gobierno de Henry Gómez Tabares. Supo defender los
valores del folklore, pero, a la vez, imaginó que la gestión cultural se podía
proyectar en un ejercicio de planificación que él denominó Biocultura 2020, y
que la clase dirigente del Quindío frustró como idea colectiva.
Y su risa, el mejor testimonio de su libertad de
pensamiento, fue creciendo, y él un día se fue para España a hacer un doctorado
para poder explicar con teoría los sismos de su corazón grande. Cuando terminó
regresó al Quindío con un equipaje de ideas y de dignidad que, muy pronto,
después de posesionarse como secretario de Cultura, fue estorboso, por su
honradez intelectual, para la politiquería. De nuevo, avanzó en la construcción
de un sistema de cultura y, otra vez, las ideas declinaron ante el pragmatismo
clientelista. Mientras algunos lo tildaban de loco, otros admirábamos su risa
como antídoto contra la ignominia; a las carcajadas se fue para Texas a seguir
estudiando, en este caso, una maestría en escritura creativa.
Tuvo dos accidentes cerebrovasculares, de los que se
recupera, pero su principal enfermedad es su obsesión de pensar en un Quindío
educado, libre y creativo.
Su recuperación será lenta, pero no importa. Él como
Ulises tiene su Itaca – Calarcá– o como Paris el troyano, la inspiración de su
dulce Elena; ella lo conducirá a buen puerto.
Mientras muchos
sonreímos, resignados, Villegas Uribe, libre, ríe.