Thursday, May 05, 2011
CALARCÁ Y EL COMPROMISO SOCIAL DE LA CARICATURA Por Francisco Puñal Suárez
Próximo a cumplir cincuenta años como caricaturista, el colombiano Arlés Herrera, conocido artísticamente como Calarcá, nombre que adquirió en homenaje al aguerrido cacique indígena Pijao que combatió la ocupación española a su país, es un dibujante fiel al compromiso social, a la denuncia de los males del sistema capitalista, y en defensa de la dignidad del ser humano.
Su larga historia en el humor gráfico colombiano, lo señala como una figura emblemática, cuya huella artística es reconocida en toda América Latina.Nacido en 1934, en la ciudad de Armenia, zona cafetalera de Colombia, Calarcá publica cada semana sus dibujos en el semanario Voz, abordando los más diversos temas que afectan el desarollo de su país.
En mis dibujos –expresa Calarcá - abarco todo lo que sucede a mì alrededor, desde los horripilantes crímenes de los narcoparamilitares, bendecidos por polìticos y empresarios del país, hasta la corrupción y la desigualdad social, imperantes en la sociedad. Al lado de esta oscuridad tenebrosa, pinto y dibujo los bellos rostros de las mujeres indìgenas.
La caricatura personal –dice Calarcá – es para mì un desafío extraordinario. Constituye una aventura fascinante excursionar por esa indescifrable y alocada geografìa del rostro humano, hasta desvelar la psicología de la personalidad que nos ocupa, y eso es tan difícil como escalar el Everest. De las centenares de caricaturas personales que he hecho, se salvarán dos. Captar el “alma” del dibujado, en los ojos y la gestualidad de su boca, es un duelo a muerte con el papel en blanco y el lápiz. Si la caricatura personal expresa lo anterior dicho, la caricatura polìtica-social desvela la inmoralidad y ruindad de una clase gobernante, por eso mis dibujos están al servicio de las causas nobles de los pueblos por sus derechos, por la paz y la democracia.
Como fundador de la Escuela Nacional de Caricatura –expresa Calarcá – he sido profesor de dibujo por espacio de 25 años, He obtenido diversos reconocimientos, pero el más bello de todos, sin demeritar ninguno, fue el que me dio un niño de diez años, abandonado en un orfanato: dos humildes panes, en agradecimiento porque le había enseñado a dibujar muñequitos.